lunes, 2 de enero de 2017

Leyó una última página y soltó el libro, con cuidado puso de cara al escritorio lo que acaba de leer para retomar en algún momento desde ese mismo punto. Levantó lentamente el pocillo de café, tomó un par de sorbos con pausa y miró por la ventana: pasaban pocos autos y vio cinco pájaros, rara vez había más o menos, eran casi tan fijos en el paisaje como los tres árboles, un pino y dos acacias que llevaban allí más tiempo que él. Era la vista que todo hombre simple sueña, suficiente verdor para respirar profundo y la medida de gris necesaria para sentir algo de asfixia.
Pensaba en lo que piensan los hombres simples, en la mujer que amaba, en las que había amado antes, en los muertos conocidos que cada vez eran más. Este punto le quito el aliento, sintió que dentro de algunos meses estaría con ellos, su oído estaba reducido, colgaba de sí una barriga que ya no le permitía cortarse las uñas de los pies, y le costaba respirar algunas veces. Tomó aire... y sintió que no tenía mucho para dar. 
La noche anterior había discutido fuertemente con su amante, ella era de un lugar muy lejano donde las similitudes del lenguaje con el suyo eran muy peligrosas, en ese lugar decirle «te ves hermosa» a una mujer hermosa era más ofensivo que invitarla a tener sexo en la madrugada dentro de un coche a la orilla de una autopista. Estos problemas del lenguaje habían causado entre nuestro hombre y su amante serios malosentendidos. La discusión había sido fuerte, él le tenía mucho miedo a la familia de ella, y ella no podía entender ese miedo (él mismo tampoco lo comprendía muy bien). De donde ella vanía los hombres como él no eran muy bien vistos, las diferencias del lenguaje eran más que eso, eran incompatibilidades idelógicas y la ridiculización externa e interna de los de la tierra de él frente a los de la tierra de ella eran muy latentes y se remontan casi seis siglos en el pasado.
Soltó el pocillo y pensó en la discusión, sabía que la amaba que su vida era a su lado. Así como no podía contarse la historia de la ventana sino se viera el paisaje que hay al otro lado, la de nuestro tipo no podría contarse sin la de ella, y sin embargo sentía una angustia profunda, que se colaba por la médula, cada vez que pensaba en causarle problemas a ella con los de su sangre, incluso pensaba que el perrito de su amada, Tiko, era el único que lo respaldaba, porque los animales juzgan por los actos y los suyos eran buenos, y podía jurar so pena de muerte que  las intenciones eran iguales.
No quería dejarla pero tampoco darle una vida de mierda. Todo esto lo pensaba, cuando ocurrió algo que borró todo: libro, escritorio, taza, ventana, pájaros, autos, árboles, problemas de oído y barriga. Sonó el teléfono un par de veces y al ver en la pantalla identificó el número, el de ella.

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