martes, 16 de octubre de 2018

¿Para esto tanta historia?
siglos de muertes y muertos
y de amores roidos repletos
que se cantaron al oido la gloria.

Nos está vedada la victoria:
nuestros futuro es yertos,
el hoy se teje en yerros
y del ayer nos queda su escoria.

Al final sólo la verdad sin reparo
nos deja respirar el sosiego,
perdido en guerras de antaño

Mas la verdad es un simple espejo
hijo del silencio artesano
que refleja el alma del amoroso consuelo.

lunes, 2 de enero de 2017

Leyó una última página y soltó el libro, con cuidado puso de cara al escritorio lo que acaba de leer para retomar en algún momento desde ese mismo punto. Levantó lentamente el pocillo de café, tomó un par de sorbos con pausa y miró por la ventana: pasaban pocos autos y vio cinco pájaros, rara vez había más o menos, eran casi tan fijos en el paisaje como los tres árboles, un pino y dos acacias que llevaban allí más tiempo que él. Era la vista que todo hombre simple sueña, suficiente verdor para respirar profundo y la medida de gris necesaria para sentir algo de asfixia.
Pensaba en lo que piensan los hombres simples, en la mujer que amaba, en las que había amado antes, en los muertos conocidos que cada vez eran más. Este punto le quito el aliento, sintió que dentro de algunos meses estaría con ellos, su oído estaba reducido, colgaba de sí una barriga que ya no le permitía cortarse las uñas de los pies, y le costaba respirar algunas veces. Tomó aire... y sintió que no tenía mucho para dar. 
La noche anterior había discutido fuertemente con su amante, ella era de un lugar muy lejano donde las similitudes del lenguaje con el suyo eran muy peligrosas, en ese lugar decirle «te ves hermosa» a una mujer hermosa era más ofensivo que invitarla a tener sexo en la madrugada dentro de un coche a la orilla de una autopista. Estos problemas del lenguaje habían causado entre nuestro hombre y su amante serios malosentendidos. La discusión había sido fuerte, él le tenía mucho miedo a la familia de ella, y ella no podía entender ese miedo (él mismo tampoco lo comprendía muy bien). De donde ella vanía los hombres como él no eran muy bien vistos, las diferencias del lenguaje eran más que eso, eran incompatibilidades idelógicas y la ridiculización externa e interna de los de la tierra de él frente a los de la tierra de ella eran muy latentes y se remontan casi seis siglos en el pasado.
Soltó el pocillo y pensó en la discusión, sabía que la amaba que su vida era a su lado. Así como no podía contarse la historia de la ventana sino se viera el paisaje que hay al otro lado, la de nuestro tipo no podría contarse sin la de ella, y sin embargo sentía una angustia profunda, que se colaba por la médula, cada vez que pensaba en causarle problemas a ella con los de su sangre, incluso pensaba que el perrito de su amada, Tiko, era el único que lo respaldaba, porque los animales juzgan por los actos y los suyos eran buenos, y podía jurar so pena de muerte que  las intenciones eran iguales.
No quería dejarla pero tampoco darle una vida de mierda. Todo esto lo pensaba, cuando ocurrió algo que borró todo: libro, escritorio, taza, ventana, pájaros, autos, árboles, problemas de oído y barriga. Sonó el teléfono un par de veces y al ver en la pantalla identificó el número, el de ella.

jueves, 22 de diciembre de 2016

El placer de no saber

En el invierno que desconozco
en la arena que me desborda,
en el vacío que yo no lleno:
ahí estás vos.
Anulando centurias, galaxias,
y principios has venido a mí.

Ni la certeza del cero,
ni la seguridad de las parcas:
nada está como lo econtraste.
Porque mientras aprendes...
mientras aprendes me enseñas.

Y ahora, en ríos de esperanza,
pienso mi niñez finada,
en lo que hice en ella,
y en lo que dejé sin hacer:
hoy tengo más mañana que ayer.

Tu éxodo, que en mí culmina,
me recordó, por fortuna, que no sé nada.
que nunca asiré lo absoluto.
Encontraste a un ebrio
durmiendo mientras moría,
y en él viste a un nieto de Penélope
que no recordaba ser.

lunes, 30 de mayo de 2016

Cuatro paredes,
un suelo, un techo.
Cuatro paredes,
un suelo, un techo,
la papelera llena
y no más.
Se fundió el foco,
ya no se consiguen de 100,
ni de 60 tampoco.

Cuatro paredes,
cuatro de dos por dos.
Cuatro paredes,
un suelo, un techo,
un suelo mal barrido
y no más.
No hay luz,
no hay.

Pero allí está,
no le satisface,
pero nada más le queda.
y allí está
piensa en los focos de 60,
ya olvidó los de 100.


martes, 15 de marzo de 2016

El cíclope

«Entonces ¿a dónde va?» preguntaba ella consternada mientras el viento llevaba el olor a tierra que se levanta con la primera lluvia que cae tras un largo verano. El ir y venir de los dedos sobre la mesa gastada dejaba entender que la conversación era importante y que además estaba lejos de llegar a un feliz final.
Una hora atrás él había llegado a la casa de ella y a diferencia todos los otros ciento cincuenta y tres lunes anteriores no traía consigo nada para tomar el algo y además había olvidado afeitarse con habilidad quirúrgica esa mañana. La situación era grave.
Ella volvió  a preguntar «¿a dónde va» y él no resistió más, rompió el silencio que le rodeaba y sollozó por un instante. A partir de ese instante todo fue como intentar pegar la cabeza a Luis XVI; ya la guillotina había caído y el sonido de su fricción con el viento parecía una risa que le daba la razón a Newton, o más bien a Galileo. Un momento después él intentó tomar la mano, de ella, la derecha, la de los dedos que bailaban sobre la mesa, pero le fue imposible. La mano con un brío que parecía ajeno a su dueña en aquel momento huyó y despreció el contacto de manera que la conversación había terminado.
Cuando ella notó que él no se había afeitado supo que algo no estaba bien. Mientras él creía que llevaban ciento cincuenta y tres lunes seguidos viéndose, ella sabía que no era así, que solo eran dieciséis y que además en algunas ocasiones más que encuentros habían sido desencuentros. Sin embargo él siempre había llegado afeitado y por la cabeza de ella nunca pasó la idea que esto pudiera no ser así.
Tras el contacto desafortunado de las manos la conversación había terminado, a partir de ese momento no había en aquel sitio nada diferente a un par de monólogos ofuscados que para bien o para mal fueron la salida a un impasse y permitieron que por primera vez después de cuarenta y dos minutos los detalles del sitio fueran relevantes. El lugar era cómodo, no tanto porque los muebles fueran confortables, sino porque podría pertenecer a cualquier persona del mundo y no tendría en principio ningún altercado con su alma; salvo porque la mesa era redonda y que el cuadro más grande tenía un destinatario específico nada en el sito era realmente especial.
Él siempre esperaba con impaciencia que le abrieran la puerta, pues en aquella casa se sentía a gusto, los únicos modales que le regían allí eran los propios de su amor por ella y por primera vez en la vida su placer estaba más allá de pelear con la genética. A pesar de esto si le preguntaran por el sitio hoy, lo único que recordaría con todo detalle de aquel espacio serían aquellos componentes cuyo orden estaba irrevocablemente asociado al amante anterior de ella y aparentemente el verdadero.
Los monólogos de este estilo, que no están diseñados para el deleite literario, sino que ejercen como metrallas económicas que esperan fusilar al rival sin darles ninguna posibilidad de muerte digna, suelen durar eternamente y son además el mejor ejemplo de silogismos y tautologías que podrían incluir en un libro de lógica. En este caso, cuando ya la noche llegaba, y los monólogos apenas si estaban enunciados los cuerpos que acumulan saber vía ácidos nucleicos desde tiempos inconmensurables dijeron no más, las gargantas estaban ya secas, casi tanto como los lagrimales y de alguna manera surgió otra vez la conversación.
Cuando estaban juntos las cosas solían salir bien, habían estado unos cuantos días en un desierto que lo pone a pensar a uno si es verdad o no que el Edén es la selva tropical que nos han pintado. En aquel sitio inhóspito donde todos los malos presagios son la opción factible y contar el tiempo por semanas es casi una fantasía pueril, ellos habían logrado comprenderlo todo, comprendieron que las dimensiones del cosmos no exceden los cincuenta centímetros y que además toda la historia del universo ha ocurrido mientras se da una oscilación completa de hamaca. Más allá de esa hazaña sus lenguajes no tenían demasiado en común aunque llevaran ciento cincuenta y tres semas viéndose sin falta, o dieciséis, según la perspectiva.
Tras el silencio obligado por la condición finita de los cuerpos recordaron que toda la historia del mundo ocurrió en una oscilación completa de hamaca y que además la cabeza de Luis XVI ya rodaba por las calles del París de los sueños, es decir como el cuerpo de Roa por Bogotá. Recordaron además que sus lenguajes eran distintos y no lo apelaron; de manera que acaeció un parpadeo involuntario y con ello en aquel sitio, sobre la podredumbre de monólogos ofuscados, apareció un pequeño cíclope, el más inocente todos, el más feliz de todos. 
Aquel cíclope, que no era ni siquiera consciente de sí miraba asustado alrededor y empezaba a llorar, las lágrimas de color naranja brotaban de cada uno de los dos lagrimales en su único ojo. Un instante después antes de que se completara la oscilación, el cíclope se topó torpemente con su reflejo en el espejo, fue tal el impacto que le generó la imagen que cayó fulminado. No resistió haber encontrado que su único ojo era absurdo, una mitad absurdamente común y la otra absurdamente extraordinaria.